Creo que la más reciente acepción del término culero fue acuñada por Javier Blánquez en su contribución a Odio Barcelona, libro colectivo editado por la sin par Ana S. Pareja. Dicho vocablo hace referencia a los individuos que se arriman al trasero de otra persona (generalmente sin previo aviso) para transponer gratuita y fraudulentamente las barreras de acceso a los andenes del metro o ferrocarril.
Los culeros están en el punto de mira de la actualidad gracias a una serie de reportajes de El País sobre los fraudes en el transporte público de Barcelona y alrededores. Yo me he topado con ellos varias veces, y no siempre de cara; incluso reconozco haber usado esta técnica en mi lejana juventud* (pero –diré en mi descargo– sólo para cruzar las barreras de salida, y porque en la estación de mi pueblo no funcionaba la máquina canceladora). De hecho, ya he llegado a desarrollar una especie de sentido arácnido que me permite detectar a la distancia cuándo alguien tiene intención de hacerse la rémora a costa de mi retaguardia y mi bonotrén. Ayer, sin embargo, no fui capaz de reaccionar a tiempo. Y no porque no lo hubiera detectado, sino porque el culero en cuestión iba provisto de un elemento sorpresivo a la par que disuasorio: el chaleco amarillo fosforito de los vigilantes de seguridad.
Ni siquiera me dio las gracias, el muy sinvergüenza.
* Hace 5 o 6 años.
29.3.10
Ojo con el buen culero
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3 comentarios:
Qué casualidad. Tú hablas de culos y yo de cacas. ¿Destino? ¿Destano? (con perdón) Casi prefiero no saberlo.
Más bien hablo de cacos.
Estamos hablando de plagio puro y duro, Al.
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