30.4.07

Por unas cabezas


–Buenos días. ¿Podría hablar con el cabeza de familia?
–Sí, soy yo.
–¿Tú?
–No, ya no. Ahora es mi mamá.
–Bien, señora. Me gustaría…
–Hable con mi marido. Ahora mismo, él es el cabeza de… Ah, no. Vuelve a ser mi hijo. ¡Aquí, pásala! ¡Que estoy sola!

2000 fotos no es nada

El final del verano llegó y yo partí hacia la vieja Europa, un continente más pequeño que sus aeropuertos. Afortunadamente, la prensa toda estaba pendiente del nacimiento de una niña que se llama igual que su abuela.

En el equipaje me traje un deuvedé lleno de fotos y pequeños vídeos, distribuidos en cómodas carpetas:

Brasil 1: 589 ítems
Argentina 1: 134 ídem
Chile: 460
Bolivia: 358
Perú: 308
Ecuador: 55
Colombia: 194
Venezuela: 70
Argentina 2: 68
Brasil 2: 98

A esta última carpeta hay que añadirle un nonagésimo noveno ítem, cazado a última hora en el aeropuerto de São Paulo. Lamentablemente, su salida a la luz tendrá que esperar por dificultades técnicas. En fin, casi mejor: no me gustaría eclipsar la noticia del natalicio.

23.4.07

El desasosiego del copywriter (2)


Elegí un mal día para irme de Buenos Aires: pocas horas antes de la inauguración del Festival Iberoamericano de Publicidad.

20.4.07

No es que desconfíe, pero... (3)


Visto lo visto, no sería mala idea montar una agencia de naming (¿nombramiento?) en Caracas.

No es que desconfíe, pero... (2)


Un consejo: si les encargáis unas tarjetas por teléfono, deletreádselas.

Ha resucitado una estrella

Es una epidemia. Primero me lo encuentro en Quito. Me digo: normal, es Semana Santa.

Luego, en uno de esos portales españoles que te ponen como página de inicio en los cibercafés venezolanos.* Me digo: oh, no, en España, y pasada Semana Santa.

Y ahora, en las calles de Caracas en pleno día de la Independencia.


Y con Karina como María Magdalena.

* Bajo un báner con las gafas de Risto, lo que echa por tierra mi secreta esperanza de que hubiera caído en el olvido (junto a Julián Muñoz, la COPE y Marina d'Or Ciudad de Vacaciones).

19.4.07

No es que desconfíe, pero...


De acuerdo: el nombre completo es Almacenes EL TIMON. Pero podían haber sido un poco más previsores, ¿no?

Breve muestra no representativa (o quizás sí) de propaganda venezolana






Y mi favorita:


Más piezas, en el Caminito.

Anda, levántate

Tengo por norma que me acabo de inventar no recomendar películas que no he visto, de modo que no os recomendaré El síndrome de Lázaro (de momento). Lo que sí puedo recomendar, y recomiendo, es este tíser (que es como un tráiler pero sin parecer un resumen de la película):




Ya que estamos, os recomiendo que no veáis María Antonieta. Ésa sí la he visto.

18.4.07

La imposible ubicuidad del ser

Ha sido visto y, sobre todo, oído en: Barcelona, São Paulo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas... Siempre el mismo instrumento y las mismas notas, pulcramente ordenadas en una composición capicúa.

La gente comenta que ahora se lo ve y se lo oye con bastante menos frecuencia. Es normal: sólo queda un afilador y no puede estar en todos los sitios a la vez.

17.4.07

Dichos y provechos


¿Por qué decimos buen provecho, o que aproveche, cuando alguien está comiendo, y no cuando está leyendo, viendo una película o copulando, por ejemplo?

Dicho de otra forma: ¿por qué tiene que ser más provechosa una comida que una lectura, una película o una cópula? ¿No se puede disfrutar por sí misma, con independencia de su provechosidad (la cual ya se da por hecho, sin necesidad de que te la deseen)?

En fin, espero que os aproveche este post. Aunque me sorprendería mucho.

La escopeta nacional


¿Lo habrán hecho a propósito? ¿Habrán esperado a que estuviera instalado el consulado para bautizar la calle?

De hecho, en Cali (y en Bogotá, y en Popayán, y tal vez en toda Colombia) las calles se identifican por un número, de modo que el nombre es la mayoría de las veces un mero adorno.

12.4.07

Latin queen

No contenta con patearse Sudamérica en tiempo récord, hacer un estudio comparativo del ceviche, comprarse decenas de deuvedés y llevar con intensa devoción un blog y medio, Camila ha ejecutado un doble tirabuzón con carpa invertida y acaba de poner en marcha el portal definitivo del cine latinoamericano: La Latina.

Casi nada.


¡Suerte, Camí!

10.4.07

No estamos solos


Mejor dicho: Carlos Jesús (el curandero cósmico) no está solo.

Cartografía lisérgica


Lo más inquietante del asunto es que este mapamundi tan bien proporcionado se encuentra ilustrando el rótulo de un consultorio dental.

Para encargarles una ortodoncia.

9.4.07

Páginas Amarillas de Cali: fragmentos




La última imagen está dedicada a Ariadna, con mucho azul.

Post postum. No tiene nada que ver, pero es mi segunda Semana Santa lejos de mi tierra y tengo mono de mona.

7.4.07

Aviso: las imágenes que vienen a continuación pueden herir más sensibilidades que el cartel de 'Borat'

Si alguien no tiene el estómago preparado, que no mueva la barra de desplazamiento de la página (o la ruedecita central del ratón).


Todo ha partido de los objetos, pero ya no existe el sistema de los objetos. Su crítica siempre fue la de un signo cargado de sentido, con su lógica fantasmática e inconsciente y su lógica diferencial y prestigiosa. Detrás de estas dos lógicas, un sueño antropológico: el de un estatuto del objeto más allá del cambio y el uso, más allá del valor y la equivalencia, el sueño de una lógica sacrificial: don, gasto, potlach, parte maldita, consumación, cambio simbólico.

Todo ello sigue existiendo, y simultáneamente desaparece. La descripción de tal universo proyectivo, imaginario y simbólico, siempre fue la del objeto como espejo del sujeto. La oposición del sujeto y el objeto siempre fue significativa, al igual que el imaginario profundo del espejo y de la escena. Escena de la historia, pero también escena de la cotidianidad emergiendo a la sombra de una historia cada vez más políticamente desinvestida.

Hoy, ni escena ni espejo, sino pantalla y red.

Ni trascendencia ni profundidad, sino superficie inmanente del desarrollo de las operaciones, superficie lisa y operativa de la comunicación. A imagen y semejanza de la televisión, el mejor objeto prototípico de esta nueva era, todo el universo que nos rodea e incluso nuestro propio cuerpo se convierten en pantalla de control.

Ya no nos proyectamos en nuestros objetos con los mismos afectos, las mismas fantasías de posesión, de pérdida, de duelo, de celos: la dimensión psicológica se ha esfumado, aunque podamos descubrirla en el detalle.

Barthes ya lo había señalado a propósito del coche: una lógica de la posesión, de la proyección propia de una fuerte relación subjetiva, es sustituida por una lógica de la conducción. Nada de fantasías de poder, de velocidad, de apropiación unidas al objeto mismo, sino táctica potencial vinculada a su utilización (dominio, control y mando, optimización del juego de posibilidades que ofrece el coche como vector, y ya no como santuario psicológico), y con ello transformación del sujeto mismo, que así se vuelve ordenador de la conducción y no demiurgo ebrio de poder. El vehículo se convierte en una burbuja, el salpicadero en una consola, y el paisaje de alrededor se extiende como una pantalla televisada.

Pero podemos imaginar una fase posterior a la actual, en la que el coche siga siendo un /10/ material de prestación: una fase en la que se convierta en red informativa. Os habla, os informa "espontáneamente" sobre su estado general, y sobre el vuestro (negándose eventualmente a funcionar si no funcionáis bien), el coche consultante y deliberante, pareja en una negociación general del modo de vida, algo (o alguien: en esa fase ya no hay diferencia) con lo que estáis conectados -la baza fundamental se convierte en la comunicación con el coche, un test perpetuo de presencia del sujeto en sus objetos-, interfaz ininterrumpida.

A partir de entonces, ya no cuentan la velocidad o el desplazamiento, ni siquiera la proyección inconsciente, ni la competición ni el que ha comenzado la desacralización del coprestigio. Hace mucho tiempo, por otra parte, che en ese sentido ("¡Fin de la velocidad! ", "¡circulo más, consumo menos!"). Se instala preferentemente un ideal ecológico, de regulación, de funcionalidad bien templada, de solidaridad entre todos los elementos de un mismo sistema, de control y gestión global de un conjunto. Cada sistema (incluido el universo doméstico) forma una especie de nicho ecológico, de decorado relacional en el que todos los términos deben mantenerse en contacto perpetuo, informados de su respectivo estado y del de la totalidad del sistema, pues el desfallecimiento /11/ de un único término puede llevar a la catástrofe.

Sin duda, todo esto no es más que un discurso, pero hay que entender que el análisis del consumo de los años sesenta/setenta partía también del discurso publicitario o del, pseudo-conceptual, de los profesionales. El "consumo", la "estrategia del deseo" sólo han sido inicialmente un metadiscurso, el análisis de un mito proyectivo del que nadie ha sabido jamás cuál era su incidencia real. Jamás se supo más, en el fondo, acerca de la verdad de la relación de las personas con sus objetos que acerca de la realidad de las sociedades primitivas. Esto es lo que permite organizar su mito, pero también porque es inútil pretender verificar estadísticamente, objetivamente, estas hipótesis. Como sabemos, el discurso de los publicitarios sirve inicialmente para los propios publicitarios, y nada nos asegura que el actual discurso sobre la informática y la comunicación no sirva exclusivamente a los profesionales de la informática y la comunicación (el discurso de los intelectuales y los sociólogos plantea, asimismo, idéntico problema).

Telemática privada: cada uno de nosotros se ve prometido a los mandos de una máquina hipotética, aislado en posición de perfecta soberanía, a infinita distancia de su universo original, es decir, en la exacta posición del cosmonauta en su burbuja, en un estado de ingravidez que le obliga a un vuelo orbital perpetuo, y a mantener una velocidad suficiente en el vacío so pena de acabar estrellándose contra su planeta originario.

Esta realización del satélite orbital en el universo cotidiano corresponde a la elevación del universo doméstico a la metáfora espacial, con la puesta en órbita de dos habitaciones cocina-ducha en el último módulo lunar, y por tanto con la satelización de lo real. La cotidianidad del hábitat terrestre hipostasiada en el espacio es el final de la metafísica, y el comienzo de la era de la hiperrealidad. Quiero decir: lo que aquí se proyectaba mentalmente, lo que se vivía en el hábitat terrestre como metáfora ahora es proyectado, sin la menor metáfora, en el espacio absoluto, el de la simulación.

Nuestra propia esfera privada ya no es una escena en la que se interprete una dramaturgia del sujeto atrapado tanto por sus objetos como por su imagen, nosotros ya no existimos como dramaturgo o como actor, sino como terminal de múltiples redes. La televisión es su prefiguración más directa, pero el espacio mismo de habitación es lo concebido actualmente como espacio de recepción y de operación, como pantalla de mando, terminal dotada de poder telemático, es decir, de la posibilidad de regularlo todo a distancia, incluido el proceso de trabajo en las perspectivas de trabajo telemático a domicilio, y sin duda, además, el consumo, el juego, las relaciones sociales, el ocio. Cabe imaginar simuladores de ocio o de vacaciones del mismo modo que existen simuladores de vuelo para los pilotos de avión.

¿Ciencia ficción? Sin duda, pero hasta ahora todas las mutaciones del entorno han provenido de una tendencia irreversible a la abstracción formal de los elementos y las funciones, a su homogeneización en un único proceso, al desplazamiento de las gestualidades, los cuerpos y los esfuerzos hacia mandos eléctricos o electrónicos, ala miniaturización, en el tiempo y en el espacio, de procesos cuya escena -que ya no es una escena- se convierte en la de la memoria infinitesimal y del espacio.

Ahí reside, por otra parte, nuestro problema, en la medida en que esta encefalización electrónica, esta miniaturización de los circuitos y de la energía, esta transitorización del entorno relegan a la inutilidad, al desuso y casi a la obscenidad, todo lo que constituía anteriormente la escena de nuestra vida. Sabemos que la mera presencia de la televisión convierte /14/ el hábitat en una especie de envoltura arcaica, en un vestigio de relaciones humanas cuya supervivencia deja perplejo. A partir del momento en que esta escena ya no es habitada por sus actores y sus fantasías, a partir del momento en que los comportamientos se focalizan sobre determinadas pantallas o terminales operacionales, el resto aparece como un gran cuerpo inútil, abandonado y condenado. Lo real mismo parece un gran cuerpo inútil.

Han llegado los tiempos de una miniaturización, de un telemando y de un microproceso del tiempo, de los cuerpos, de los placeres. Ya no existe un principio ideal de estas cosas a escala humana. Sólo persisten efectos miniaturizados, concentrados, inmediatamente disponibles. Tal cambio de escala es visible en todas partes: este cuerpo, nuestro cuerpo, aparece como superfluo en su extensión, en la multiplicidad y la complejidad de sus órganos, de sus tejidos, de sus funciones, ya que todo se concentra hoy en el cerebro y en la fórmula genética, que resumen por sí solos la definición operacional del ser. El campo, el inmenso campo geográfico, parece un cuerpo desértico cuya extensión resulta innecesaria (y que aburre atravesar, incluso al margen de las autopistas) a partir del momento en que todos los acontecimientos se resumen en las ciudades, a su vez en vías de reducirse a unas cuantas cumbres miniaturizadas. y el tiempo: ¿qué decir del inmenso tiempo libre que se nos deja, demasiado tiempo que nos rodea como un solar sin edificar, una dimensión ahora inútil en su desarrollo, a partir del momento en que la instantaneidad de la comunicación ha miniaturizado nuestros intercambios a una sucesión de instantes?

El cuerpo como escena, el paisaje como escena, el tiempo como escena desaparecen progresivamente. Lo mismo ocurre con el espacio público: el teatro de lo social, el teatro de lo político se reducen cada vez más a un gran cuerpo blando ya unas cabezas múltiples. La publicidad, en su nueva versión, ya no es el escenario barroco, utópico y extático de los objetos y del consumo, si no el efecto de una visibilidad omnipresente de las empresas, las marcas, los interlocutores sociales, las virtudes sociales de la comunicación. La publicidad lo invade todo a medida que desaparece el espacio público (la calle, el monumento, el mercado, la escena, el lenguaje). Ordena la arquitectura y la realización de super-objetos como Beaubourg, les Halles o La Villette, que literalmente son monumentos (o antimonumentos) publicitarios, no porque se centren en el consumo, sino porque, en principio, se ofrecen como demostración de la operación de la cultura, de la operación cultural de la mercancía y la masa en movimiento. Esta es nuestra única arquitectura actual: grandes pantallas en donde se refractan los átomos, las partículas, las moléculas en movimiento. No una escena pública, un espacio público, sino gigantescos espacios de circulación, de ventilación, de conexión efímera.

Lo mismo ocurre con el espacio privado. Su desaparición es contemporánea a la del espacio público. Ni éste es ya un espectáculo, ni aquél es ya un secreto. La distinción entre un interior y un exterior, que describía acertadamente la escena doméstica de los objetos y la de un espacio simbólico del sujeto, se ha borrado en una doble obscenidad: la actividad más íntima de nuestra vida se convierte en pasto habitual de los media ( televisión no-stop sobre la familia Loud's en USA, innumerables "tranches de vie" y emisiones psi en la televisión francesa), pero también el universo entero acude a desplegarse innecesariamente en nuestra pantalla doméstica. Pornografía microscópica del universo, pornografía en tanto es forzada y desmesurada, exactamente igual que el primer plano sexual en el porno. Todo ello hace estallar la escena antes protegida por una distancia mínima e interpretada conforme a un ritual secreto sólo conocido por los actores.

No cabe duda de que el universo privado era alimento, en cuanto nos separaba de los demás, del mundo, en cuanto estaba investido de un muro protector, de un imaginario protector. Pero recogía también el beneficio simbólico de la alienación: el Otro existe y la alteridad puede interpretarse para bien y para mal. Así fue vivida la sociedad de consumo bajo el signo de la alienación, como sociedad del espectáculo. Y, precisamente, había espectáculo, y éste, incluso alienado, jamás es obsceno. La obscenidad comienza cuando ya no hay espectáculo ni escena, ni teatro, ni ilusión, cuando todo se hace inmediatamente transparente y visible, cuando todo queda sometido a la cruda e inexorable luz de la información y la comunicación.

Ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación. Y este éxtasis sí es obsceno. Obsceno es lo que acaba con toda mirada, con toda imagen, con toda representación. No es sólo lo sexual lo que se vuelve obsceno: actualmente existe toda una pornografía de la información y la comunicación, una pornografía de los circuitos y las redes, de las funciones y los objetos en su legibilidad, fluidez, disponibilidad y regulación, en su significación forzada y en sus resultados, sus conexiones, su polivalencia, su expresión libre...

Ya no es la obscenidad de lo oculto, reprimido, oscuro, sino la de lo visible, de lo demasiado visible, de lo más visible que lo visible, la obscenidad de lo que ya no tiene secreto, de lo que es enteramente soluble en la información y la comunicación.

Marx ya denunciaba la obscenidad de la mercancía, unida al principio de su equivalencia, al abyecto principio de su libre circulación. La obscenidad de la mercancía procede de que es abstracta, formal y ligera, respecto a la pesadez, opacidad y sustancia del objeto. La mercancía es legible: en contra del objeto que jamás confiesa enteramente su secreto, manifiesta siempre su esencia visible, esto es, su precio. La mercancía es el lugar de transcripción de todos los objetos posibles: a través de ella, comunican los objetos; la forma mercancía es el primer gran medium del mundo moderno. Pero el mensaje que entregan con ella es radicalmente simplificado, y siempre el mismo: su valor de cambio. Así pues, en el fondo, el mensaje ya no existe, sino sólo el medium que se impone en su circulación pura. A eso le llamamos éxtasis: el mercado es una forma extática de la circulación de los bienes, así como la prostitución y la pornografía son formas extáticas de la circulación del sexo.

Elevando este análisis al cuadrado se entiende qué ocurre con la transparencia y la obscenidad del universo de la comunicación, que dejan a su espalda las del universo de la mercancía, en cierto modo relativas.

Todas las funciones subsumidas en una única dimensión, la de la comunicación: es el éxtasis. Todos los acontecimientos, los espacios y las memorias subsumidos en la única dimensión de la información: es la obscenidad.

A la obscenidad cálida y sexual sucede la obscenidad fría y comunicacional. La primera implicaba una forma de promiscuidad, la de los objetos amontonados y acumulados en el universo privado, o la de todo lo que no se ha dicho y bulle en el silencio de la inhibición; se trataba de una promiscuidad orgánica, visceral, carnal. En cambio, la promiscuidad imperante sobre las redes de la comunicación es la de una saturación superficial, una solicitación incesante, un exterminio de los espacios intersticiales. Levanto mi receptor telefónico y me asalta toda la red marginal, me acosa con la insoportable buena fe de lo que quiere y pretende comunicar. Las radios libres: hablan, cantan, se expresan. Muy bien. Pero en términos de medium, el resultado es éste: un espacio, el de la banda FM, se encuentra saturado, las emisoras se encabalgan, se mezclan: algo que era libre porque tenía espacio deja de serlo -la palabra es libre, aunque yo ya no lo soy, ni llego a saber lo que quiero, tal es la saturación del espacio y fuerte la presión de todo lo que pretende hacerse oír.

Caigo en el éxtasis negativo de la radio.

Unido a este delirio de la comunicación existe un estado típico de fascinación y vértigo. Una forma de placer tal vez singular, pero aleatoria y vertiginosa. Siguiendo a Caillois en su clasificación de los juegos: mimicry, agôn, aléa, ilynx -juegos de expresión, juegos de competición, juegos de azar, juegos de vértigo-, la tendencia de toda nuestra cultura nos llevaría de una desaparición de las formas expresivas y competitivas a una ampliación de las formas del azar y el vértigo.

Estas ya no suponen juegos de escena, de espejo, de desafío o de alteridad, sino que más bien resultan extáticas, solitarias y narcisistas. El placer ya no es el de la manifestación escénica o estética (seductio), sino el de la fascinación pura, aleatoria y psicotrópica (subductio). Esto no supone necesariamente un juicio negativo, aunque sin duda aparezca una mutación profunda y original de las formas de percepción y de placer. Apenas llegamos a medir sus consecuencias. Aplicando nuestros criterios antiguos y los reflejos de una sensibilidad "escénica", corremos el riesgo de ignorar la irrupción, en la esfera sensorial, de esta forma nueva, extática y obscena.

Algo es seguro: si la escena nos seducía, lo obsceno nos fascina. Pero el éxtasis es lo contrario de la pasión. Deseo, pasión, seducción -o también, según Caillois, expresión y competición-, son los juegos del universo cálido. Éxtasis, fascinación, obscenidad, comunicación -o también, según Caillois, azar, suerte y vértigo-, son los juegos del universo frío, del universo cool (incluso el vértigo es frío, en especial el de las drogas ).

De todos modos, tendremos que sufrir esta extraversión forzada de toda interioridad, esta introyección forzada de toda exterioridad que constituye el imperativo categórico de la comunicación. Es posible que aquí convenga utilizar ciertas metáforas procedentes de la patología. Si la histeria era la patología de una puesta en escena exacerbada del sujeto, de una conversión teatral y operática del cuerpo, y si la paranoia era la patología de la organización y estructuración de un mundo rígido y celoso, a partir de la promiscuidad inmanente y la conexión perpetua de todas las redes en la comunicación e información nos hallamos en una nueva forma de esquizofrenia. Hablando con exactitud, ya no es la histeria o la paranoia proyectiva, sino el estado de terror característico del esquizofrénico -una excesiva proximidad de todo, una promiscuidad infecta de todo-, que le inviste y le penetra sin resistencia, sin que ningún halo, ninguna aura, ni siquiera la de su propio cuerpo, le protejan. El esquizofrénico está abierto a todo pese a sí mismo, y vive en la mayor confusión. Es la presa obscena de la obscenidad del mundo. Más que por la pérdida de lo real, se caracteriza por esta proximidad absoluta e instantaneidad total de las cosas, una sobreexposición a la transparencia del mundo. Despojado de toda escena y atravesado sin obstáculo, ya no puede producir los límites de su propio ser, ya no puede producirse como espejo. Y se convierte así en pura pantalla, pura superficie de adsorción y reabsorción de las redes de influencia.






La primera imagen corresponde a un paquete de tabaco brasileño (de los menos gores, por cierto). La segunda, a un paquete chileno. La tercera, a la advertencia que ponen en los anuncios de tabaco (y en las cajetillas) bolivianos. El texto de relleno es de Jean Baudrillard.

Dios pide respeto



Así que no seáis malos y haced el guarro en otro sitio.

Estaba escrito



Las calles son la memoria del pasado y, a veces, del futuro. Si no, ¿cómo se explica que una calle de Quito me avisara, en perfecto catañol, de lo que iba a encontrar en Popayán (Colombia)?

Aclaración 1: Sucre en catalán significa azúcar. En francés, también, pero sospecho que se han copiado (como ya hicieron con la crema catalana).

Aclaración 2: La garota de la foto es Camila, aka Milaca bonita.

4.4.07

SMS a una desconocida



Hola. Puede parecer una tontería, pero una lavandería de Lima me ha devuelto la ropa en una bolsa de Pamplona con tu móvil y no he podido evitar mandarte un saludo. Un tal Alberto, de Barcelona.

No se lo mandé, pero estuve a punto.

La llama que llama


Según mis fuentes (en realidad, mi fuente: la Lonely planet), el briefing decía: "... y le ponéis una corona de llamas."

Con toda seguridad se refería a llamas del tipo flamígero, pero acabaron calzándole una llama del tipo camélido.

¿Que...?

Por favor, que alguien le diga al mal llamado corrector automático del Word que, a veces, es completamente correcto y necesario empezar una pregunta con que sin tilde (o como, o quien...). Por ejemplo:

¿Qué dices? ¿Que me parezco a quién?

Y a los dueños de los cibercafés, que desconfiguren dichos (mal dichos) correctores automáticos, y hagan desaparecer para siempre las ventanitas que se ofrecen a autorrellenarte un formulario o a recordar tu dirección de correo. Y que se pasen a Mac.

Do not disturb

No es la quinta del Buitre. Es...


... el cuarto de Raúl.


Traducción (a mi bola):

Tu habitación...

... debe su nombre al primer huésped que tuvo The Point. A este chaval español le urgía encontrar un hotel para pasar algún tiempo (una hora) con su novia peruana... Aunque el hostal seguía en obras, no quisimos arruinarle su diversión y le dejamos alojarse.

(...)

1.4.07

Tres veces no


No hagas caso.

La doble nacionalidad del pavo

El pavo es un animal con nombre de país. O de países. En portugués se llama Peru y, en inglés, Turkey.

Taxistas de colección

En Barcelona, hace un par de años. Me subo a un taxi (con el indicador de libre emcendido) y...

AL: Calle Tuset, por favor.
TAXISTA: No puede ser. Tengo que poner gasolina y no me pilla de paso.

* * *


Poco después, o poco antes. Camino del aeropuerto de El Prat.

TAXISTA: ... luego lo hice con [usó otro verbo] la madre de mi novia. Pero la mejor fue la abuela...

* * *


Un año antes, más o menos. En El Papiol (Barcelona). Una máquina empieza a escupir el ticket.

TAXISTA (orgulloso): Esto es América.

* * *


Hace más de dos años, en Buenos Aires.

TAXISTA: Pues yo vengo de una familia de Barcelona. De Lauria.
AL: ¿De la calle Lauria [Roger de Llúria]?
TAXISTA: No. Soy descendiente de Roger de Lauria.

* * *


Espero vuestras aportaciones (o sea: anécdotas en un taxi). Si pasan de mil, escribo un libro. El copyright sería mío, claro.

El desasosiego del cliente de una lavandería


Que tu ropa esté expuesta al público y nadie atienda al timbre.