El viernes de la semana pasada fue el día de San Publicito, patrón de los publicitarios. En realidad, el santo varón no se llama así, pero nadie se acuerda de su verdadero nombre. Esto obedece, básicamente, a dos razones:
La primera: Que lleva mucho tiempo sin hacerse publicidad (el poco presupuesto que tiene se lo gasta en
truchos).
La segunda: Que a los publicitarios se la transpira. A ellos lo único que les importa es que tienen medio día libre, pues la onomástica siempre cae en viernes, y mucha gente tiene la costumbre de no dejar para el viernes por la tarde lo que puede hacer el sábado y/o el domingo. No sé si me explico. Seguramente no, pero no importa.
Durante un tiempo creí que el auténtico nombre del santo era Gabriel, por eso de la Anunciación. Pero, analizándolo bien, he llegado a la conclusión de que San Gabriel (Gabi para los arcángeles) no es el patrón de los publicitarios, sino el de los relaciones públicas (no confundir con los porteros de discoteca, patrocinados por San Pedro).
Así que el santo patrón de los publicitarios no puede ser otro que Cyrano de Bergerac. O, en su defecto (y no me refiero a la nariz), lo será de los redactores publicitarios.
Y, como no hay santo sin demonio, el tormentoso cielo publicitario ya dispone de un ángel caído a las puertas del infierno cinematográfico (que está en Los Ángeles, para más INRI®): la ex copy y ex estríper
Diablo Cody.
Recemos por ella, y por ese Oscar (por el guión de
Juno, hablando de panteones) que le puede venir como caído del cielo.