El jueves por la noche, una "incidencia" en la red ferroviaria me hizo apearme del tren a sólo una estación de mi destino y esperar un autocar junto a cien, doscientas o trescientas personas (no las conté, por temor a quedarme dormido, pues estaban siendo tratadas como rebaño por parte de los mossos d'atura). Tras diez o quince minutos de tensa espera, un amable señor nos comunicó que podíamos volver a la estación. Y eso hicimos, claro, y procedimos a llenar el tren que nos iba a devolver a casa (no a todos: algunos rezagados tuvieron que esperar al siguiente).
Mientras aguardábamos a que el tren se pusiera en marcha, una pasajera estuvo amenizando la espera con una continua letanía: que si no es justo, que si es una vergüenza, que si para eso querían el traspaso de Rodalies a la Generalitat, que si siempre igual, que si… Cuando apareció un reportero de la Televisió de Catalunya y preguntó si alguien quería decir algo, a la mujer le faltó tiempo para contestar:
–Yo no, que trabajo en la Administración.
La autocensura es la peor de todas las censuras. Si nos la imponen, podemos agudizar el ingenio para eludirla, pero cuando somos nosotros mismos es difícil escapar de ella.
ResponderEliminarTrabajé catorce años en un periódico y acabé padeciéndola.
Felices fiestas, Al
Besos
Es que a veces tenemos que elegir entre mordernos la lengua y morder la mano que nos da de comer.
ResponderEliminarFelices fiestas, Alís.