6.6.10

Un gallego en la Corte Suprema


Ya nunca podré rodar un anuncio con Dennis Hopper. Este pensamiento egoísta me asaltó la semana pasada al leer su necrología. Lo mismo pensé tras la muerte de José Luis López Vázquez, y cuando falleció el Fary; en este caso, además, tenía unos guiones escritos. Con Pepe Rubianes fue algo diferente: pensé que ya nunca podría ir a verlo actuar en directo.

Nunca fui a ver a Rubianes al teatro. A Faemino y Cansado sí los vi, a principios de febrero del año pasado. Antes de empezar la función, recuerdo que dos espectadores se pusieron a hablar de Pepe Rubianes. Ellos sí lo habían visto actuar en directo. Al día siguiente, me hice fan de Faemino y Cansado en Facebook.

Un mes después murió Rubianes. Creo que no me hice fan suyo: había tantos grupos y páginas que no sabía por cuál decidirme; incluso llegué a plantearme escribir un artículo (en Soitu, que en paz descanse) acerca de esta abundancia y redundancia.

Ayer, también en Facebook, vi un anuncio (por llamarlo de alguna manera). Decía que a muchas de las personas a las que les gustan Faemino y Cansado también les gusta Pepe Rubianes. Esta vez no me lo pensé dos veces: pulsé el botón de “Me gusta”, que es la reencarnación del “Hazte fan”.

Al rato, un enlace en Twitter me llevó a esta noticia de El País:

El Supremo persigue a Pepe Rubianes después de muerto
El tribunal ratifica una condena al actor por insultar al alcalde de Salamanca pese a que este pidió su absolución

Leí la noticia y, acto seguido, la enlacé en Facebook:



Horas después, reanudé la lectura de Un yanqui en la Corte del rey Arturo a partir de este párrafo:

Siempre que el rey quería viajar para cambiar de aires, o para llevar a cabo algún progreso, o para visitar a un noble lejano, al que deseaba arruinar con el coste de su mantenimiento, se trasladaba con él una parte de sus funcionarios administrativos. Era una moda de aquellos tiempos. La comisión que tenía a su cargo el examen de candidatos, para ocupar puestos en el ejército, llegó con el rey al valle, donde podían llevar adelante sus tareas lo mismo que en la capital. Aunque esta expedición de ahora era, estrictamente hablando, una excursión de vacaciones para el rey, hizo que siguiesen realizándose algunas de sus funciones regias. Como de costumbre, corregía los entuertos; establecía su tribunal en la puerta de la casa a la salida del sol, y juzgaba sobre los casos que se le presentaban, porque él en persona era el presidente de su Tribunal Supremo.

MARK TWAIN,
Un yanqui en la Corte del rey Arturo
(trad. Salvador Bordoy Luque)

El subrayado es mío.



© Buenafuente

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