Decía Shakespeare que si la rosa tuviera otro nombre olería igual de bien. Yo no estoy de acuerdo. Si la rosa se llamara calcetinsucio, o quesopodrido, su olor nos resultaría menos agradable. Es por el efecto placebo.
Los nombres son como Barcelona: tienen poder. Lo saben los magos (como Gavilán y como Kvothe) y lo saben los expertos en marketing y comunicación (como yo, modestia aparte). Los nombres tienen el poder de construir, pero también el de destruir.
Cuando una mandarina ostenta la marca Mandarina, consigue sembrar la duda respecto a la naturaleza de sus congéneres: las otras mandarinas ¿serán menos mandarinas? Las clementinas, por ejemplo, ¿son realmente mandarinas? Otro ejemplo, que no viene al caso: si el pato a la naranja se hiciera con mandarinas, ¿sería una marca de complementos?
Pero no todas las marcas son capaces de hacernos desconfiar de la competencia. Hay algunas que generan desconfianza hacia ellas mismas.
¿Vosotros pasaríais por debajo de un andamio de la marca Acme?
No, que me caería el yunque del coyote (pasaron años hasta que supe que eso se llamaba yunque. Ergo... ¿dolería menos si en vez de yunque se llamara...?)
ResponderEliminarY cuál es tu verdadero nombre? :)
ResponderEliminarJosé Miguel: Tas (palabra fetiche de los autores de crucigramas).
ResponderEliminarClaudia: Aaaah…, divina. :-)
Entiéndelo, al. Son cosas de clientes... ¡si le hubieran puesto otro nombre no quedaría claro que son mandarinas! ;)
ResponderEliminarClaro. Y no ponen el logo más grande porque se vería menos producto.
ResponderEliminarAcme el favor de no preguntar eso !)
ResponderEliminar¿Y cómo se llamaría un flan "Mandarín" con sabor a mandarina?
mmmm... yo creo que no.
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