Al despertar, no recordaba nada. Sólo que había comido doce uvas, y después… Lo más extraño es que no tenía resaca. Lo que sí tenía eran 365 narices. Bueno, eso también era extraño. Las contó varias veces, frente al espejo. En efecto: 365. Ni una menos. Se volvió a acostar.
El 2 de enero volvió a contarlas. 364. Bien, vamos mejorando. Esta vez no consiguió dormirse. Tenía hambre. Comió tres pizzas de Casa Tarradellas.
El 3 de enero ya sólo tenía 363 narices y un creciente complejo de Mister Potato. No quedaba ninguna pizza. Llamó a Teleídem.
El 4 de enero el cómputo de narices ascendía (o descendía) a 362. De éstas, sólo 16 no estaban congestionadas. A este paso, iba a acabar con todas las provisiones de Vicks Vaporub y, luego, con todos los bosques de eucaliptos. Que se joda Mofli (el último koala). De todas maneras, primero tendría que salir de casa. Aunque eso sería después de dormir ocho, diez, doce horas.
El 5 de enero se dio cuenta (una vez más) de que no podía salir. La sociedad no estaba preparada.
El 31 de diciembre ya no le quedarán más narices que salir a la calle.
Qué hermosa leyenda, Al.
ResponderEliminar¿Vas a ir a ver en un rato al hombre de las narices?
Felicidades. Que la pases muy bien.
Si lo he visto, no lo he reconocido.
ResponderEliminarFeliz año, Zoe.
Feliz Año Al!!!!
ResponderEliminarPues sí, las tiene.
ResponderEliminarFelices próximos 366 días.
Manda huevos!
ResponderEliminarAda, José Miguel: Felices todos.
ResponderEliminarMel: Lo que tú mandes.