—Pero dijiste que escribirías mil diecisiete.
—Mil diecisiete, mil quince… ¿Qué más da?
—Sólo te faltan dos.
—Ya, pero es que ya no puedo más. Estoy seco. Y la musa me ha dejado.
—Entonces, ¿abandonas?
—No. Simplemente, me planto aquí. Escribo los agradecimientos y empiezo a moverlo.
—Oye…
—¿Qué?
—¿Y si… y si escribieras los agradecimientos como si fueran un cuento más?
—¿Cómo?
—Sí, puedes inventarte la historia de un autor a punto de tirar la toalla y, en un último instante de clarividencia, se ingenia una manera de convertir la página de agradecimientos en parte de la ficción.
—No sé…
—A ver, ¿a quién pensabas agradecérselo?
—Uf… A más de uno. Para empezar, a las once primeras personas (aunque seis de ellas sean la misma) que introdujeron comentarios en mi blog Elegí un mal día para empezar a fumar:* Núria Bermúdez, Carod-Rovira, Mis Padres, Fidel Castro, Emilio Butragueño, Yo, Mudito, La Prima de Fidel, Raúl Castro, Trumpet y Ariadna.** También a Jose Gamo, porque me sugirió que pusiera una voz en off en “Jason y sus semejantes” cuando, en lugar de un cuento, pretendía ser un anuncio de Doritos.
—¡No digas marcas!
—¿Por qué?
—Porque no han pagado.
—Eso es verdad. Bueno, también quiero agradecerle a mi conciencia que me haya permitido samplear textos y personajes de Augusto Monterroso, Stan Lee, L. Frank Baum, Joan Manuel Serrat, Antonio Mercero, Gabriel García Márquez, Robert Louis Stevenson y tantos otros.
—De nada.
—Oye, que tú no eres mi conciencia. Eres mi álter gollum.
—Sin faltar, ¿eh?
—Se hace lo que se puede.
—Vale. ¿Ya has acabado?
—No. También doy las gracias a quienes han llegado hasta aquí, aunque sea saltándose cuentos.
—Y colorín colorado, el cuento mil dieciséis se ha acabado. Nos falta uno.
—Ya lo tengo: “La última hoja”.
—Ése pertenece a otro libro de cuentos.
—Un libro inédito.
—Inédito de momento.
—Bueno, sí. Pero supongamos que se publica. ¿Y qué? Además, ya he colado otros dos.
—Sí, pero tres es demasiado.
—Bah… Lo puedo retocar un poco. Como hizo Cortázar con “Casa tomada”.
—Tú no eres Cortázar.
—Tú tampoco.
—En fin. Haz lo que quieras.
—¿Lo que quiera?
—Eso he dicho.
Dicho y hecho. El autor se acerca sigilosamente a los hobbits, que duermen plácidamente.
Pero ésa es otra historia.
* www.lacoctelera.com/elegiunmaldia (es la versión antigua; la nueva es elegiunmaldia.blogspot.com). Por cierto, gracias también a Nata, Mel Alcohólica, Imma, Color Lili y Zero Neuronas por confirmar mis sospechas de que los elefantes no se columpian, sino que se balancean.
** Nadie es quien dice ser, excepto Yo (o sea, él), Trumpet y Ariadna.
¿Esto es una despedida? Si es así es una pena, en el poco tiempo que hace que los leo le he cogido afición a tus post :(
ResponderEliminarno estoy segura de si soy quien digo ser, pero en cualquier caso mil dieciséis gracias a ti!!! (y me guardo una para dártela en persona)
ResponderEliminarLost: Sólo es un cuento que había escrito en otro sitio, y lo he trasplantado aquí.
ResponderEliminarAriadna: Mil dieciséis de nadas.
Ahhh! Me quedo más tranquila :)
ResponderEliminarGracias por las gracias. Los elefantes, en verdad, aplastan las arañas con sus enormes patas. Pero ese también es otro cuento.
ResponderEliminarSe podría titular así: "El día en que las arañas se refugiaron en una cacharrería".
ResponderEliminarDe Nata, digo... de nada.
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