Había sido una jornada agotadora, y ya se habían retirado todos los compañeros menos uno: sentado en el rincón más oscuro del comedor, apuraba la última jarra de cerveza. “Seguramente”, no dejaba de repetirse, “la cerveza más mala de toda la Tierra Media”. En realidad, era la mejor cerveza de todo Bree, pero Peleorn odiaba la cerveza. La bebía porque formaba parte de su papel, como las botas altas, la espada larga, el manto sucio, el cuerpo fornido, la piel atezada y el carácter adusto de los montaraces del Norte. Sólo empezaba a disfrutar su sabor amargo a partir de la vigésima jarra, más o menos, y aquella noche apenas había bebido diecisiete. Pero ya no podía más. Había sido una jornada agotadora, y lo último que le apetecía era emborracharse. Lejos quedaban ya las legendarias cogorzas que agarrara junto a su primo Trancos, alguna de ellas en aquella misma posada. Tan lejos quedaban que ya no había nadie en El lechón volador que las recordara. Aunque, a decir verdad, los parroquianos que seguían en pie ni siquiera se hallaban en condiciones de recordar el nombre de su propia madre. Había sido una jornada agotadora.
Tal vez os preguntéis cómo es posible que yo tenga el manuscrito.
Cuando llevas todo el día cazando jabalíes, salvando hobbits, evacuando aldeas, buscando escudos mágicos, encontrando tres de las siete gemas de Dorfalas, perdiendo las grebas de Minas Fornost, degollando bandidos, masacrando orcos, profanando túmulos, saqueando mazmorras, incendiando bosquecillos y teniendo decenas de encontronazos con los esbirros del mago Mordraug, la única cosa que te apetece es echar un
Aquí hay una palabra ilegible.
. Al menos, en el caso de Peleorn. Sin embargo, lo único mínimamente
Y aquí hay otra.
en aquel antro era la hija del posadero, un adefesio pestilente cuya mera presencia justificaba la primera parte del nombre de la posada. Y aunque Peleorn no era lo que se dice un hombre de gustos refinados, en aquel momento aspiraba a algo más… algo así como Lagávulin. Era una idea descabellada, por supuesto, pero Peleorn era un Dúnadan enamorado. Un Dúnadan que se levantó de golpe, provocando un sobresalto en aquellos de los presentes que aún no habían perdido completamente la noción del mundo. Se encaminó dando zancadas hacia la habitación; la compartía con Dwarni y Beornulf, que ya debían de estar durmiendo a pierna suelta. “Mejor”, pensó. “No me gusta
Aquí hay una cosa que parece un verbo, pero no puedo asegurarlo.
en público.”
Al pasar frente a la puerta de Lagávulin, se detuvo. “Es una pena que tenga que dormir sola”, meditó. Y un despilfarro, si se tenía en cuenta el precio de las habitaciones. Pero a Peleorn el dinero le traía sin cuidado, sobre todo después de haber rescatado el tesoro perdido de Nueva Númenor del Norte. Muy despacio, y reuniendo todo su valor (que no era poco, de modo que tardó un buen rato en reunirlo), abrió la puerta.
Muy despacio.
La luna llena se filtraba por las raídas cortinas de arpillera, tiñendo de un matiz lechoso el torso desnudo de la elfa. Peleorn tragó saliva, la cual se le clavaba como mil agujas en la garganta. Nunca se había sentido tan rudo, contemplando clandestinamente el busto perfecto de una Sinda mientras su
Un conjunto de signos indescifrables.
se ponía más
Esto está escrito en caracteres ígneos. Para leerlos, debería quemar el manuscrito.
que la espada de Isildur. En vano trataba de recordarse que él también tenía sangre élfica, que era descendiente ni más ni menos que de Lúthien. En aquel momento se sentía más sucio que el troll que había intentado numenorizarlo hacía un par de semanas, a pesar de que ni siquiera se le había pasado por la cabeza aprovecharse de Lagávulin mientras estuviese dormida. Permaneció así un tiempo indefinido, petrificado como el mismo troll instantes después, tratando por todos los medios de sustraerse al hechizo de la elfa. Finalmente, consiguió cerrar los ojos, apretarlos con firmeza, dar media vuelta, caminar hacia la puerta y chocar contra la pared. Peleorn cayó al suelo, cuan largo era, maldiciéndose en silencio por la pifia.
Afortunadamente, había hecho menos ruido del que cabía esperar; pero, desafortunadamente, había conseguido despertar a Lagávulin. La elfa hizo gala de unos reflejos que no desmerecían a su raza, y en un abrir y cerrar de ojos había cruzado la habitación con una daga que ahora acariciaba la yugular de Peleorn.
Quizás os sigáis preguntando cómo puede ser que yo tenga el manuscrito.
—¿No te contó tu abuela que los elfos no dormimos?
—También me dijo que los niños vienen de Minas Tirith.
En situaciones normales (el típico enfrentamiento con un ejército de tumularios, por ejemplo), Peleorn ya habría logrado desenvainar su espada y la habría clavado en su adversario. Pero aquella situación distaba leguas de ser normal: se hallaba tendido en el suelo, con la dama que amaba presionándole con su cuerpo desnudo. Ahora sentía que no era su espada lo que estaba a punto de desenvainarse. Ella también lo sentía. Y Peleorn no podía hacer nada: era un pelele al extremo de un artefacto indomable.
La pregunta no es cómo continuará. La pregunta es: ¿Cómo? ¿Continuará?
error. la pregunta sigue siendo ¿cómo es que tú tienes el manuscrito?
ResponderEliminary ¿porqué un lugar decide llamarse cuernavilla pudiendo llamarse algo bonito? (con perdón de los cuernavillenses)
ResponderEliminarEn respuesta a la primera pregunta: continuará.
ResponderEliminarEn respuesta a la segunda pregunta: esa pregunta habría que hacérsela a los traductores de Tolkien. De todas maneras, seguro que Cornellà tiene una etimología parecida (y es mucho más bonito).
¿Peleorn? Debe tener muchos grados en la jerarquía Masonera. ¿O es Mesonera?
ResponderEliminarHe consultado la "Miscelánea" de Schott (entre los yuppies y los enanitos) y no aparece. Así que debe de ser Mesonera.
ResponderEliminar